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La violencia en el matrimonio

  • Foto del escritor: Esposos: Fidel y Janeth
    Esposos: Fidel y Janeth
  • 7 ago 2018
  • 5 Min. de lectura

No hay justificación para una acción violenta contra tu cónyuge, cuando uno de los 2 decide actuar violentamente hacia su pareja de forma física o verbal, está denigrando a ese ser que dice amar, las consecuencias son graves y en ocasiones marcan a la persona de por vida.


Los insultos, extorsiones, manipulaciones, amenazas, abandono, discriminación son tipos de violencia psicológica; los empujones, torceduras, cachetadas, tirones de pelo, golpes con puños, golpes con objetos, entre otros son tipo de violencia física.


Los orígenes y las manifestaciones

Esta verdadera lacra puede manifestarse tanto como violencia física, psicológica, moral,… puede esconderse tras el chantaje, puede ser una tensión producida de manera continuada, latente, sutil, puede ser el resultado de un clima enrarecido o una explosión inesperada, puede basarse en la falta de valoración y el menosprecio de un miembro por parte de alguno de los otros, o todos, incluso en el ignorar al otro, puede ser que se fundamente, también, en los malos tratos corporales,…

Desgraciadamente la evolución, en ocasiones la explosión, de estas situaciones nos lleva a un estallido incontrolado de violencia física que afecta a la integridad vital de las personas, llegando incluso a la muerte.

En todo este panorama aparecen, como paisajes de fondo comunes, todo tipo de perversiones y degeneraciones que afectan por igual a elementos masculinos o femeninos, a adultos, niños o jóvenes.

Conductas rígidas, elementos autoritarios, el orgullo, la primacía de uno mismo sobre los demás, la falta de control, las consideraciones de tipo sexista, la presencia de elementos perturbadores del control de la mente, los inhibidores, los estupefacientes, procesos educativos totalmente discriminatorios, la falta de sentido en la propia vida,… son elementos que se repiten una y otra vez en los casos en los que la violencia se hace presente en el propio hábitat doméstico, incluso manifestándose en las agresiones de hijos pequeños hacia sus padres.

Nunca se pueden aceptar y justificar estas situaciones, es una enfermedad que se está contagiando y, a medida que se expande una cierta cultura del culto al yo, de exaltación de la agresividad,… va tomando carta de naturaleza entre nosotros y categoría de pertenecer a nuestra manera de ser, y se justifica como natural, porque ¿cómo he de aguantar yo todo esto?

No hay duda de que son rasgos totalmente reprobables y que nos hablan de desórdenes, degeneración, presencia de valores contrarios a la vida, permisividad social, desestructuración personal, familiar y social, y de elementos que proceden del deterioro cultural, el cual, a su vez, provocan y aumentan.


La necesidad de actuar

Hay que actuar con perspectiva y mirar de resolver el problema con vistas a superarlo desde sus orígenes. Para conseguir este objetivo se ha de incidir directamente sobre las raíces profundas que lo provocan y considerar los medios de transmisión de una generación a la otra. Hay que tener cuidado de cómo se transmite la cultura y qué cultura se está transmitiendo.

Habría que actuar en los diferentes ámbitos educativos (el medio familiar, los medios de comunicación, el entorno de las amistades y de la calle con la presión social amenazando con dejar al individuo aislado y marginado si no sigue, e incluso el medio escolar), hay que controlar la incidencia de las nuevas tecnologías de la comunicación (los video-juegos, Internet y otros), el estado de la coherencia social, el desarrollo de una sociedad basada en un estilo fácil de vida sin modelos de identificación que permitan superar estos arquetipos, y reflexionar sobre la utilización que se hace de las personas y de su dignidad.

Ciertamente, la dificultad es grande y su solución de difícil consecución, porque ¿cómo podemos incidir en estos aspectos tan profundos que afectan la propia formación de la personalidad de cada uno sin afectar su libertad?

Pero por otro lado podemos decir ¿por qué nuestra sociedad, buscando respetar la libertad de los individuos, no hace nada y no intenta actuar desde los valores positivos que pudiesen conformar una personalidad equilibrada, abierta y respetuosa, mientras deja que otros, los otros, los que exportan los contravalores, sí lo hagan?

Para facilitar el cambio

Si se nos permite hacer propuestas, deberíamos empezar por sugerir la conveniencia de tener una vida plena y vivida a fondo, basada en la autenticidad de la persona cuando se relaciona con los otros, la disponibilidad a asumir al otro como aquello que es muy valioso para mí y que me hace estar atento a sus necesidades, y la empatía que me permita ser alguien capaz de establecer sintonía con los que me rodean, especialmente él, el que es lo más importante de mi existir.

Hay que ser capaces de ver en las otras personas entes iguales en dignidad a uno mismo, aunque diferentes en sus peculiaridades, las cuales nos enriquecen en la medida en la que las podemos compartir. Hay que fomentar el respeto y la paciencia, hay que enseñar a controlar el propio capricho y a saber soportar las frustraciones, hay que ayudar a las personas a conocer sus emociones, dominar los sentimientos que nos provocan y asumir y canalizar los afectos que resultan de todo ello.

Si tuviésemos que proponer una receta mágica, ojala que la pudiésemos empezar a aplicar ahora mismo, nos gustaría sugerir una manera diferente de vivir, basarla en descontaminar la sociedad del sexo y la violencia, controlar el consumo de alcohol y de otras drogas, buscar la desmaterialización de la vida, aceptar las necesidades de los demás…

En la receta no falta la urgencia de dejar de considerar a la mujer como un objeto y superar la cosificación que hacemos de ella.

No estaría de más el añadir la conveniencia de vivir las relaciones entre los hombres y las mujeres de una manera totalmente diferente, atreviéndose a ir al fondo, buscar la experiencia única de darse y llegar a la plenitud desde la complementariedad y el respeto, llegar a ver que el matrimonio, la más alta expresión de compromiso que hay en nuestra sociedad, es indisociable de una serie de exigentes expectativas sobre la responsabilidad, la fidelidad, la exclusividad, la durabilidad y la intimidad.

Sería bueno el poder mostrar a las nuevas parejas que la relación se ha de basar en el respeto, el cariño, la voluntad de entregarse mutuamente desde la libertad porque el otro es lo más importante de la propia vida, desde la sinceridad, la cooperación, la fidelidad,… de un hombre y una mujer desde la igualdad.

La pareja, que es la más básica expresión de familia, experimenta de esta manera la vida desde la vivencia de un amor que traspasa el mero romanticismo y se convierte en voluntad firme de dedicación al otro. La familia se convierte así en auténtica comunidad de amor y generadora de vida de todo tipo.

Ojalá que una concepción de la relación de pareja como ésta, no se quedara únicamente en las que empiezan y pudiese trascender a todos los matrimonios y al resto de miembros de las familias. Ojalá que nuestra sociedad encontrase una manera diferente de vivir por, en y desde el amor, una manera diferente de vivir el matrimonio y la familia a aquellas que generan violencia y muerte.

El referente

Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Son palabras de Jesús dichas hace dos mil años, rompedoras con la dinámica talionista de su sociedad y que nos sugieren caminos diferentes a los que, desde un punto de vista general, ha tomado nuestro mundo.

Podríamos resumirlo diciendo que hay que fomentar la civilización del amor, pero es posible que este término, por haber sido tan manoseado, no sea fácil de ser comprendido, deberíamos describirlo como la civilización en la que las personas disfrutasen de la capacidad de perdonar, aceptar, darse y acoger de una manera consciente, libre, voluntaria y definitiva, porque eso es el amor.

 
 
 

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